sábado, 28 de enero de 2023

CON PAÑALES Y CON CORAZON

CON PAÑALES Y CON CORAZON 

Darwin afirmó que los individuos que tenían más posibilidades de sobrevivir eran los que mejor se adaptaban a los cambios. Y cometimos el error de interpretar que se adaptaban mejor los más fuertes. Hoy, la neurociencia está demostrando que los individuos que fueron elegidos por otrosindividuos eran los más compasivos y generosos.

Hay razones sobradas para pensar que el ser humano es bueno por naturaleza y que nuestro cerebro está diseñado para promover comportamientos prosociales o altruistas.

En 2009 dos investigadores del Instituto Max Planck de Leipzig, Michael Tomasello y Felix Warneken, realizaron diferentes investigadores con los que demostraban que los niños con poco más de un año (unos 18 meses) realizan comportamientos de ayuda y de cooperación con adultos a los que no conocían. Crearon hasta diez situaciones diferentes. Veinte de los veintidós niños ofrecieron ayuda al instante (en menos de 5 segundos), a uno de los experimentadores; recoger y entregar un objeto que se había caído al suelo, abrir puertas, etc. En palabras del propio Warneken en un reportaje de radio de la BBC, “esos niños son tan pequeños que aún usan pañales y apenas son capaces de hablar, pero, aun así, ya presentan comportamientos de ayuda mutua”. Y esta ayuda se mantenía incluso cuando se ponían obstáculos en el camino o se les interrumpía mientras jugaban. Cuando estas mismas pruebas se realizaban con chimpancés, los resultados fueron los mismos.


Otros experimentos demuestran que los niños, desde muy pequeños, prefieren a aquellas personas que son generosas con las demás y no a aquellos que son hostiles. En 2003, Paul Boom, de la Universidad de Yale, realizó un estudio con niños muy pequeños, de menos de un año de edad (6 a 8 meses). Se les mostraba grabaciones de objetos inanimados que ayudaban y otros que hacían lo contrario. Eran unas pelotas que tenían que subir una cuesta. Unas ayudaban a otras a subir y otras, no sólo no ayudaban si no que las hacían rodar hacia abajo. Después, cuando se les ofrecían a los bebés ambas pelotas (generosas y hostiles) casi todos ellos preferían las pelotas bondadosas.

Además, se ha observado que los niños prefieren dar a recibir en muchas ocasiones. Lo que significa que se sienten bien, desde muy pequeños, cuando son generosos. En Canadá, un grupo de investigadores demostraron que niños de dos años eran más felices cuando daban golosinas a otros niños que cuando las recibían. También se ha observado que no son más generosos y cooperativos cuando se les premia. En algunos casos incluso tienden a realizar menos conductas de ayuda. Esto mismo sucede cuando se premia a los niños por jugar. Esto significa que los niños se sienten bien ayudando y que nacen con una motivación propia o cierta predisposición a reaccionar de forma altruista sin necesidad de recibir premios. En general, esto abala la idea de que los humanos nos sentimos bien cuando somos generosos y explica porque algunos estudios indican que ayudar a los demás aparece en las primeras posiciones entre los factores que les hace más felices.

martes, 17 de enero de 2023

EL OCEANO EN UNA GOTA


EL OCEANO EN UNA GOTA

"No eres una gota en un océano. Eres el océano entero en una gota". Rumi.

Dan Ariely afirma que algunos estudios nos pueden ayudar a conocer qué variables se relacionan con la empatía y el comportamiento prosocial o altruista. Se ha observado que tendemos a ayudar a “personas identificables”. A su vez, esto se asocia con tres factores psicológicos: el grado de cercanía con la víctima, la vividez con la que podemos imaginarnos su situación, y el efecto «drop in the bucket”, o una gota en un cubo o un océano), y que se refiere al hecho de que somos más proclives a prestar nuestra ayuda cuando dicha ayuda habrá sido necesaria y tendrá efectos claros y rápidos. Cuando algo que parece poco tiene gran valor.


De las tres variables, ha tomado especial relevancia la segunda, que es la capacidad con que podemos imaginar o visualizar la situación por la que pasa otra persona. El motivo es que cuando hemos pasado por la situación por la que está pasando otra persona, nuestra mente puede “imaginar”, “visualizar”, “ver” mejor a la otra persona y sus circunstancias. En ese caso, se influyen las tres variables y se activa el efecto de la “persona identificable”. La persona nos resulta cercana, podemos imaginar lo que siente y la importancia que tiene nuestra ayuda porque entendemos sus efectos.

Unos investigadores del Boston College realizaron diversas investigaciones que les permitió concluir que estamos más dispuestos a ayudar a los demás cuando somos capaces de imaginarnos vívidamente a nosotros mismos ayudando. Estos resultados coinciden con lo que plantea Dan Ariely. Además, algunos estudios indican que el procesamiento autorreferencial puede favorecer comportamientos prosociales. El procesamiento autorreferencial es la tendencia a recordar mejor la información que es relevante para nuestro autoconcepto, es decir, para la propia imagen, como cuando nos damos cuenta de que pasa por la carretera un ciclista si también somos ciclistas y lo recordamos mejor más adelante, pero no vemos ni recordaremos a la persona que iba en patinete. Del mismo modo, el procesamiento autorreferencial se relaciona con nuestras creencias, preferencias, gustos, expectativas, experiencias pasadas. Cuando nuestra propia imagen se asocia con la generosidad, seremos más sensibles a las conductas proactivas propias y ajenas. En general, tendemos a actuar de manera coherente con nuestro autoconcepto moral. Si damos valor a las conductas ayudaremos más a otras personas. Veremos que el autoconcepto y el procesamiento autorreferencial tiene relación con la vocación.

Nuestras creencias están muy relacionadas con nuestra experiencia. Y pocas experiencias nos hacen tan comprensivos con las necesidades ajenas como tener necesidades propias. Necesitar ayuda nos enseña a valorar el comportamiento altruista y, por lo tanto, haber pasado por la misma situación que otra persona es una experiencia que puede derribar el muro que nos separa de otras realidades. Este es un claro ejemplo de cómo cuando nosotros cambiamos, cambia todo.

Hoy algunos quieren abusan de la bata para afirmar que son sanitarios. Es algo que utilizamos y nos identifica, pero en mi autoconcepto y procesamiento autorreferencial intento identificarme con el profesional que intenta estar actualizado, mejorar sus conocimientos, y sobre todo, con aquel que es generoso con sus pacientes y sus compañeros.

La película “The Doctor” es un ejemplo muy conocido que muestra la manera en que estas tres variables se retroalimentan con naturalidad. Se relata el camino que transita un médico que se convierte en paciente. Se trata de un cirujano brillante pero distante con sus pacientes, al que le diagnostican cáncer y pasa a vivir en primera persona todo tipo de situaciones que antes eran desconocidas para él. Como consecuencia, mejora notablemente la atención que ofrece. A partir de esta experiencia lograr “ver” cosas que antes no entendía. Los pacientes pasan a ser personas identificables, muy parecidas a él mismo. A partir de ese momento entiende que su ayuda es esencial y valora más los efectos que se derivan de su trabajo. El Dr. Mackie (que es como se llama el protagonista) sabe que algo que parece poco puede significar mucho para la otra persona (drop in the bucket).

Todo esto no es extraño, si tenemos en cuenta cómo funciona nuestra memoria. Aunque asociamos la memoria a nuestra capacidad para almacenar eventos pasados, gran cantidad de estudios vienen a avalar la idea de que está especialmente diseñada para simular posibles escenarios futuros.

El ser humano tiene algunas habilidades generales que están en la base del comportamiento moral y de la ayuda: nuestra capacidad para anticipar consecuencias, para enjuiciar a otros y posibilidad de elegir entre alternativas. Todas estas habilidades guardan relación con nuestra capacidad para representarnos escenas futuras. Eso podemos hacerlo a partir de lo que ya conocemos, de recuerdos o imágenes pasadas y nuestra experiencia. Y es importante resaltar que estas capacidades de sustentan en otras que compartimos con otros primates y que, por tanto, tienen un origen filogenético; el apego, la cooperación, en abandono y la detección del abandono, la empatía. Estos sentimientos son esenciales para adquirir la moral propia del ser humano que está diseñado para ser altruista por naturaleza. 


domingo, 15 de enero de 2023

EL COTILLEO Y LA VENGANZA

 

El cotilleo y la venganza.

El cotilleo y la venganza están en nuestra naturaleza.

Hace millones de años, el hombre domesticó al hombre. El motivo es que la vida en grupo facilitó mucho la supervivencia de muchos mamíferos. Favoreció la provisión de comida, facilitado una mejor defensa frente a los depredadores y el crecimiento y supervivencia de la descendencia. En este proceso de socialización, se produjo una selección social y natural y el hombre fue domesticado, del mismo modo que se domesticó al lobo. 

Aquellos lobos que tenían menos miedo a los humanos se acercaron a ellos y recibieron comida y cobijo. A cambio, avisaban a los humanos de posibles amenazas e incluso lucharon junto a ellos. Mejoraron sus habilidades para detectar señales en los rostros humanos, pero se hicieron más dependientes. La reciprocidad les aportó ventajas y se premió la docilidad sobre la agresividad. Como consecuencia, disminuyeron sus niveles de testosterona y también el tamaño de sus cuerpos. Lo mismo le pasó a ser humano. 


El motivo por el que se produjo esta selección social es que el problema de la vida en grupo es que nadie puede confiar al cien por cien en nadie. No hay nada que pueda hacer ningún miembro que aporte a los demás la seguridad absoluta de que no los engañará (dilema delsecuestrador). Por eso se eligió a aquellos miembros que eran generosos, que sentían ansiedad cuando iban a engañar a otros, que tenían remordimientos (algo que los sociópatas no tienen) y se castigaban las conductas egoístas y agresivas.  
 

Del mismo modo, se potenció la reciprocidad, positiva y negativa. Tu me das, yo te doy, tu me dañas, yo me vengo. 

La reputación de las personas era importante porque hacía que algunos miembros fueran elegidos y otros no. Y, como no era posible ver de primera mano lo que otros hacían para saber quién era confiable, fueron muy útiles el cotilleo y el fisgoneo (mirar por un agujero). El cotilleo requería de un nombre y posiblemente, pudo ser incluso el inicio del lenguaje. Hoy, el cotilleo y la venganza además son un negocio que puede mover tanto dinero y seguidores como los deportes más populares.


domingo, 8 de enero de 2023

El DILEMA DEL SECUESTRADOR. EL COMPROMISO. QUIÉN ES CONFIABLE


 

EL DILEMA DEL SECUESTRADOR. EL COMPROMISO. ¿QUIEN ES CONFIABLE?

Veamos el que se conoce como “el dilema del secuestrador”. Supongamos que un secuestrador se arrepiente de haber retenido contra su voluntad a otra persona y quiere soltarla. Sin embargo, el secuestrador sabe que existe la posibilidad de que esta persona, una vez que es libre, vaya a denunciar lo que ha ocurrido. Por muy arrepentido que se muestra el secuestrador y muy agradecido que esté el secuestrado, la víctima será libre de hacer lo que quiera y el secuestrador no podrá hacer nada para evitarlo. Aunque la víctima asegure que bajo ningún concepto va a ir a ver a la policía, el secuestrador no podrá tener la certeza absoluta de que cumplirá su promesa porque la víctima está fuera de su control. Por lo tanto, la víctima tendrá serias dificultades para convencer al secuestrador. Desdecirse de las promesas no tendría ningún coste para la víctima. El dilema o el problema lo tiene la víctima: ¿cómo puede convencer al secuestrador de su compromiso para cumplir su parte del trato?

No puede. El dilema no tiene solución. No podemos tener la certeza absoluta de que otra persona no nos pueda traicionar o nos pueda engañar. Rober H. Frank en su libro “Pasiones dentro de la razón”, afirma que la solución a la vida en grupo es el compromiso.

El compromiso y las emociones.

Y, el compromiso, al mismo tiempo se sostiene gracias a las emociones, porque logran traer al presente los costes lejanos de no cumplir son los compromisos. Así, cuando se anticipa que otra persona nos puede traicionar aparece la desconfianza y la suspicacia; cuando las sospechas se cumplen surge la ira; si somos nosotros los que estamos tentados a engañar experimentamos ansiedad; y si seguimos adelante y hacemos algo que enoja a otras personas sentiremos culpa y remordimientos. Lo que nosotros sentimos puede movernos a favorecer o extinguir conductas en otras personas, como sucede con los padres en su relación con sus hijos.

Ante el conflicto que supone obtener un beneficio a corto plazo (y no respetar un compromiso) y el beneficio a largo plazo, las emociones inclinan la balanza en favor de respetar el compromiso, y por lo tanto, facilita la cooperación y la vida en grupo. Sin embargo, algunas personas carecen de esos sentimientos (sociópatas) y por lo tanto no se sienten mal al no respetar sus compromisos. El problema es, ¿cómo sabemos si una persona es confiable?

La vida en grupo. 

La vida en grupo facilita la supervivencia de todos los mamíferos, y fue determinante para el ser humano. Desde hace miles de años ha favorecido la provisión de comida, facilitado una mejor defensa frente a los depredadores y el crecimiento y supervivencia de la descendencia. Cuando un grupo trabaja unido es más fuerte. Esa sensación de fortaleza aporta seguridad a sus miembros que se sienten bien formando parte de un grupo. Sus alianzas e interacciones generan emociones positivas en los miembros del grupo. 

Esto es lo que explica que a lo largo de miles de años de evolución se produjo una selección social y también natural. Por un lado, el grupo seleccionó algunas cualidades que hacen más atractivos a algunos miembros para el grupo y, por otro, se seleccionan algunas cualidades que hacían a esos miembros también más habilidosos para las relaciones sociales. El grupo va a aceptar o elegir primero a algunas personas con mayor capacidad de compromiso o fiabilidad (selección social); y, al mismo tiempo, tendrán mucho valor las habilidades que tengan algunas personas que les ayuden a realizar buenas elecciones (teoría de la mente y las neuronas espejo, entre otras; como parte de la selección natural).

Selección social.

Los miembros del grupo desean ser elegidos y se escogían a aquellas personas que daban muestran de preocuparse por los demás, que se comprometían y daban muestras de ser fiables. Por el contrario, se castigaron los comportamientos agresivos y egoístas y se reforzaban las conductas altruistas. Para reconocer estos comportamientos eran muy útiles, además, todo un conjunto de mecanismos cerebrales que se relacionen con la teoría de la mente.

Se puede decir que el ser humano domesticó al ser humano. Del mismo modo que se domesticó a los lobos que se tenían menos miedo a los humanos. Estos animales se acercaron a los humanos y recibieron comida y cobijo. A cambio, avisaban a los humanos de posibles amenazas e incluso lucharon junto a ellos. Mejoraron sus habilidades para detectar señales en los rostros humanos, pero se hicieron más dependientes. La reciprocidad les aportó ventajas y se premió la docilidad sobre la agresividad. Como consecuencia, disminuyeron sus niveles de testosterona y también el tamaño de sus cuerpos. De manera similar se domesticó al ser humano.

Las personas confiables. 

Nos parecen confiables aquellas personas que son sensibles a los sentimientos de los demás, que son generosas aun cuando no obtienen beneficios a ayudar a otros. En general, son confiables aquellos que tienen interés por lo que sienten otras personas e intentan hacer cosas para que se sientan bien. Los sociópatas no se preocupan por nada, y mucho menos por otras personas. 

Por otro lado, la reciprocidad fue un mecanismo que también ayudó a solucionar parte del dilema de la confianza. Cuando la reciprocidad entre personas ocurría durante largo tiempo se creaba un vínculo de amistad, cariño, amor. Son sentimientos todos favorecen la confianza y el compromiso.  

Si nos preguntamos si podemos confiar en otras personas, la respuesta es que nunca tendremos la certeza absoluta. Sin embargo, podemos confiar en que los demás tienen sentimientos como nosotros y que lo más probable es que sientan lo mismo que nosotros y, por lo tanto, se sientan bien cuando ayudan, sientan ansiedad cuando piensan en romper un compromiso y culpa o remordimientos cuando lo hacen.

CON PAÑALES Y CON CORAZON

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