SALTAR EL MURO. EL CRECIMIENTO PERSONAL.
“Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”. Marcel Proust
Algunas de las personas que hablan en este video son las mismas que lo hacían en el video de la entrada que titulo "El muro que separa dos realidades". Sin embargo, su actitud es más calmada y confiada. "La persona" que son ahora encuentran sentido o le dan un significado a lo que han vivido. Y ese significado lo cambia todo.
En muchos casos, cuando una persona ha convivido con un hecho traumático logra hacer cambios en la forma en que percibe el mundo, a sí mismo y a los demás. Es frecuente que se observen a sí mismos como más fuertes de lo que pensaban, también más sabios; mejoran sus relaciones sociales y sus expectativas de cara al futuro.
En
general, quienes no han vivido una crisis anticipan que ante determinados sucesos
se hundirían. Cuando les toca vivir un suceso inesperado negativo sienten una intensa reacción emocional negativa. Pero el tiempo pasa y no sólo no viven eternamente tristes y sufriendo, sino
que, por momentos se sienten bien. Esta percepción es aprovechada para comenzar
a crear una representación positiva de si mismos y de su futuro. Observan
que viven menos momentos malos de los que pensaban y en ocasiones se sienten
bien. Su mente prestará atención a este hecho e, incluso será capaz de
ir atrás en el tiempo para re-interpretar situaciones anteriores en las que lo
pasó mal.
Es normal que no se viva todo el tiempo
con angustia y tristeza. Sin embargo, no solemos ser conscientes de que eso es así, y si puede, nuestra mente lo utilizará esta realidad en su propio beneficie. Nuestras emociones cambian a
medida que suceden cosas a nuestro alrededor. La alegría, tristeza, ira van
cambiando a lo largo de una misma jornada. Así, es posible reírse por algo
gracioso que ha ocurrido, y unos minutos más tarde, estar sorprendido, o
desaminado por otro suceso que hemos vivido. Esto hace que las personas
observen que los días van pasando y no están tan mal como pensaban. Los acontecimientos
cotidianos influyen en nuestro estado emocional y el tiempo avanza con menos
momentos malos de lo que se anticipaba. Esto puede ser interpretado como una
señal de fortaleza. Nuestra mente quiere verlo de este modo. En la medida en
que las personas se ven más fuertes de lo que creían, sienten cierta esperanza
de cara al futuro. Ahora saben que las cosas malas existen, pero también creen
que podrán adaptarse y superar los malos momentos que puedan venir. El nivel de
angustia se reduce.
Se asume que los acontecimientos
negativos existen y que es probable que se vuelvan a vivir, pero la percepción
de resistencia, resiliencia y en auto control, nos permiten vivir sin miedo a
que lleguen. A partir de ese momento se vive la incertidumbre con menos sufrimiento
y sin la necesidad de escapar.
Por otro lado, la persona comienza a
pensar que el suceso traumático le aportó la posibilidad de conocerse, de
madurar, de fortalecerse. Y empieza a surgir la idea de que se es más “sabio”
porque ahora ya no pierde el tiempo con preocupaciones sin importancia.
Ahora cree “saber” cosas que los demás no saben. Aprecia más la vida, se establecen nuevas metas
y prioridades vitales. Al mismo tiempo, se obtienen gratificaciones focalizándose en fines
realizables a corto plazo y abandonando metas conflictivas.
Muchas personas tienden a aumentar el número de interacciones
sociales; hay una reevaluación de la
vida familiar y de las amistades; aumentando la compasión y el altruismo, así como el compartir emocional; el crecimiento
posterior al hecho implicaría de forma moderadamente fuerte una mejora en la empatía y el trato con los demás;
una percepción acentuada que se puede contar
con otros y una mejora en el sentimiento
de pertenencia.
Una explicación a este fortalecimiento del valor de las relaciones
sociales es que, en los momentos duros, encontraron alivio en otras personas
que lograron hacerles sentir bien. Una simple sonrisa, una palabra amable, un
gesto de generosidad removieron sus emociones y provocaron sentimientos
positivos en un momento de incertidumbre. En esos instantes, es posible
canalizar las emociones descompensadas hacia sentimientos positivos de
gratitud, generosidad, esperanza, etc. Esa experiencia les hace reflexionar
sobre lo sencillo y agradable que es sentirse bien gracias a las interacciones
con otras personas. Se valora de manera positiva la naturaleza humana y las
emociones que de forma natural nos aporta estar con los demás y ser generoso.
Vivir agradecido, nos hace ser más empáticos y compasivos.
Sin embargo, es muy importante saber que estas personas son conscientes de que parte de su crecimiento personal se nutre necesariamente del sufrimiento vivido y, por lo tanto, es clave en el proceso de cambio que experimentará la persona.
La reflexión que trasciende de la afirmación de Marcel Proust no siempre me ha resultado reveladora. Ahora me parece una genialidad que describe lo que he sentido en los últimos tiempos. Y describe con sencillez algunos de los cambios que llevan al crecimiento personal. Como decía, ese crecimiento emerge del sufrimiento y del recuerdo de ese sufrimiento. En palabras del propio Proust, "somos sanados del sufrimiento solamente cuando lo experimentamos a fondo".
Algunos pacientes afirman que “el cáncer es lo mejor que me ha
pasado”. No es lo más frecuente, pero este hecho aporta información sobre la
profundidad del cambio en la percepción de sí mismo y del mundo. Surgen algunas
revelaciones que permiten mantener una imagen optimista de uno mismo y el
futuro. “He perdido mucho tiempo preocupándome por cosas poco importantes”, “he
tenido siempre miedo y eso me bloqueaba”, “soy fuerte”, “puedo afrontar los
problemas que puedan llegar”, “miro a mi alrededor y veo gente que vive de
forma superficial”, “sé cosas que otros no saben”, “puedo ser feliz con cosas
sencillas y muy accesible”, “una sonrisa amable tiene un gran valor
terapéutico”, etc. Todas estas creencias permiten mantener el sesgo optimista o
la ilusión de invulnerabilidad. No de la misma manera que antes, pero hacen el
mismo efecto. Algunas personas siguen pensando que las cosas malas están ahí,
pero tienen menos probabilidades de que les toquen, por ejemplo, porque tienen
más revisiones médicas o porque les amputaron una parte del cuerpo (mama,
próstata, etc.). Otras, sencillamente creen que a partir de ahora no tienen por
qué preocuparse porque han hecho cambios en su vida que les aleja de algunas
enfermedades (dieta especial, deporte, cambio de lugar de residencia, etc.).
Pero, la gran mayoría simplemente creen que no es necesario preocuparse porque
podrán afrontar los problemas que puedan llegar. Mientras tanto, sabrán sacar
más partido a la vida que otras personas que son ciegas y, por lo tanto, la
enfermedad les dio una lucidez que no tenían. Intentan ser más conscientes de
las cosas sencillas que les gusta y antes no apreciaban.
Los profesionales sanitarios deben ser conocedores de estos
cambios para favorecer algunos de ellos. Durante las muchas de las interacciones
que tendrán con los pacientes, podrán hacerles sentir acompañados, acogidos,
entendidos. Es importante reconocer la fortaleza de los pacientes, su
sabiduría, etc. Nunca debemos negar la situación difícil por la que pasan.
Debemos validar sus emociones, dudas, miedos para reforzar, siempre que sea
posible, todas aquellas creencias que les permitan ser optimistas.