EL DILEMA
DEL SECUESTRADOR. EL COMPROMISO. ¿QUIEN ES CONFIABLE?
Veamos el que se conoce como “el dilema del
secuestrador”. Supongamos que un secuestrador se arrepiente de haber retenido
contra su voluntad a otra persona y quiere soltarla. Sin embargo, el
secuestrador sabe que existe la posibilidad de que esta persona, una vez que es
libre, vaya a denunciar lo que ha ocurrido. Por muy arrepentido que se muestra
el secuestrador y muy agradecido que esté el secuestrado, la víctima será libre
de hacer lo que quiera y el secuestrador no podrá hacer nada para evitarlo.
Aunque la víctima asegure que bajo ningún concepto va a ir a ver a la policía,
el secuestrador no podrá tener la certeza absoluta de que cumplirá su promesa
porque la víctima está fuera de su control. Por lo tanto, la víctima tendrá
serias dificultades para convencer al secuestrador. Desdecirse de las promesas
no tendría ningún coste para la víctima. El dilema o el problema lo tiene la
víctima: ¿cómo puede convencer al secuestrador de su compromiso para cumplir su
parte del trato?
No puede. El dilema no tiene solución. No podemos tener la certeza absoluta de que otra persona no nos pueda traicionar o nos pueda engañar. Rober H. Frank en su libro “Pasiones dentro de la razón”, afirma que la solución a la vida en grupo es el compromiso.
El compromiso y las emociones.
Y, el compromiso, al mismo tiempo se sostiene gracias
a las emociones, porque logran traer al presente los costes lejanos de no cumplir
son los compromisos. Así, cuando
se anticipa que otra persona nos puede traicionar aparece la desconfianza y la
suspicacia; cuando las sospechas se cumplen surge la ira; si somos nosotros los
que estamos tentados a engañar experimentamos ansiedad; y si seguimos adelante
y hacemos algo que enoja a otras personas sentiremos culpa y remordimientos. Lo que nosotros
sentimos puede movernos a favorecer o extinguir conductas en otras personas,
como sucede con los padres en su relación con sus hijos.
Ante
el conflicto que supone obtener un beneficio a corto plazo (y no respetar un
compromiso) y el beneficio a largo plazo, las emociones inclinan la balanza en
favor de respetar el compromiso, y por lo tanto, facilita la cooperación y la vida
en grupo. Sin embargo, algunas personas carecen de esos sentimientos
(sociópatas) y por lo tanto no se sienten mal al no respetar sus compromisos.
El problema es, ¿cómo sabemos si una persona es confiable?
La vida en grupo.
La vida en grupo facilita la supervivencia de todos los mamíferos, y fue
determinante para el ser humano. Desde hace miles de años ha favorecido la
provisión de comida, facilitado una mejor defensa frente a los depredadores y
el crecimiento y supervivencia de la descendencia. Cuando un grupo trabaja
unido es más fuerte. Esa sensación de fortaleza aporta seguridad a sus miembros
que se sienten bien formando parte de un grupo. Sus alianzas e interacciones
generan emociones positivas en los miembros del grupo.
Esto es lo que explica que a lo largo de miles de años
de evolución se produjo una selección social y también natural. Por un lado, el
grupo seleccionó algunas cualidades que hacen más atractivos a algunos miembros
para el grupo y, por otro, se seleccionan algunas cualidades que hacían a esos
miembros también más habilidosos para las relaciones sociales. El grupo va a
aceptar o elegir primero a algunas personas con mayor capacidad de compromiso o
fiabilidad (selección social); y, al mismo tiempo, tendrán mucho valor las
habilidades que tengan algunas personas que les ayuden a realizar buenas
elecciones (teoría de la mente y las neuronas espejo, entre otras; como parte
de la selección natural).
Selección social.
Los miembros del grupo desean ser elegidos y se escogían
a aquellas personas que daban muestran de preocuparse por los demás, que se
comprometían y daban muestras de ser fiables. Por el contrario, se castigaron
los comportamientos agresivos y egoístas y se reforzaban las conductas
altruistas. Para reconocer estos comportamientos eran muy útiles, además, todo
un conjunto de mecanismos cerebrales que se relacionen con la teoría de la
mente.
Se puede decir que el ser humano domesticó al ser humano. Del mismo modo que se domesticó a los lobos que se tenían menos miedo a los humanos. Estos animales se acercaron a los humanos y recibieron comida y cobijo. A cambio, avisaban a los humanos de posibles amenazas e incluso lucharon junto a ellos. Mejoraron sus habilidades para detectar señales en los rostros humanos, pero se hicieron más dependientes. La reciprocidad les aportó ventajas y se premió la docilidad sobre la agresividad. Como consecuencia, disminuyeron sus niveles de testosterona y también el tamaño de sus cuerpos. De manera similar se domesticó al ser humano.
Nos parecen confiables aquellas personas que son
sensibles a los sentimientos de los demás, que son generosas aun cuando no
obtienen beneficios a ayudar a otros. En general, son confiables aquellos que
tienen interés por lo que sienten otras personas e intentan hacer cosas para
que se sientan bien. Los sociópatas no se preocupan por nada, y mucho menos por
otras personas.
Por otro lado, la reciprocidad fue un mecanismo que también ayudó a solucionar parte del dilema de la confianza. Cuando la reciprocidad entre personas ocurría durante largo tiempo se creaba un vínculo de amistad, cariño, amor. Son sentimientos todos favorecen la confianza y el compromiso.
Si
nos preguntamos si podemos confiar en otras personas, la respuesta es que nunca
tendremos la certeza absoluta. Sin embargo, podemos confiar en que los demás
tienen sentimientos como nosotros y que lo más probable es que sientan lo mismo
que nosotros y, por lo tanto, se sientan bien cuando ayudan, sientan ansiedad
cuando piensan en romper un compromiso y culpa o remordimientos cuando lo
hacen.
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